viernes, 21 de agosto de 2009

Ajedrez

Desde aquel día no había movido las piezas sobre el tablero. El tiempo continuaba su camino, y a su paso, esculpía más y más mi temor. Parecía increíble el que tantas personas se dedicasen a planear estrategias sobre mi vida, siempre de manera egoísta, priorizando sus intereses ávidamente.

Me había vestido con un aire francés, París se hacía cada vez más necesario dentro de mi cabeza. Deseaba volver a sentir, de alguna manera, sus callecitas transitándome. En aquellos momentos podría decirse que había sido feliz, a pesar de la superficialidad de los pensamientos. Él, aunque nunca estuvo allí, también lo adoraba. El sueño de la noche anterior, tras ese pensamiento, me despedazó la razón.

Llegué a nuestro punto de encuentro escuchando, como de costumbre, The Velvet Underground. Mi amiga más cercana me cobijó con una de sus sonrisas, aquellas que, a veces, alegraban por completo mis días. Filosofamos un buen rato, como siempre, hasta que, mientras me lamentaba, me golpeó la rodilla y me miró significativamente.

Allí estaban. Sus risas alimentaban el aire, y descolocaban a todos aquellos que estaban de paso. Comencé a sentir las miradas rencorosas cuando nos saludamos. Ya nada podía volver a ser como hacía siete meses atrás, habíamos pasado demasiado.

Había planeado sigilosamente todos mis movimientos, había especulado todas las posibles jugadas. Todos podían jugar con La Reina, pero ella era quien tenía la decisión final.

La monotonía no nos abandonó esa noche, y ya no podía soportarla; pero el arriesgar me petrificaba. El juego se congeló, imitándome. Durante todos los últimos días estuve igual, ya era incapaz de mover. Mis enemigos buscaban arrebatármelo todo, jugando sucio.

Ya no podía hacer nada, nadie podía, ahora era el turno de que El Rey se moviese...

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