jueves, 3 de septiembre de 2009

Palabras dulces

Máscaras, fieles reflejos de la escapatoria, opositoras de la realidad. Sólo tenues rasgos de lo que ocultan son capaces de sobresalir, hundiendo en incertidumbre, confundiendo.

Pero ¿cuál es el verdadero sentido de utilizarlas?

¿Para contradecir, para cubrir el orgullo quebrado,
para disimular las heridas abiertas, para negar la propia existencia?

Alguien, muy lejano pero a la vez inmensamente querido, una vez me escribió lo siguiente luego de haber leído, entre otros, el texto citado previamente.

Para Macarena:

Chiquilla,
Recuerdo la primera de la última vez que te vi,
las puertas del ascensor se cerraban, no para siempre, pero yo no lo sabía,
y entonces, en el fugaz instante previo a la metálica realidad que me encerraría en el tramo que al rellano llevaba, tu cuerpo de niña de diez años se arqueó en un burlón paso de danza, de descarada despedida al intruso y que así clausuraba mi porteño periplo.

Ahora, plena a la ávida sed de los quince años, leo tus historias oscuras de dolor y lágrimas, de salvaciones sin fondo, de muñecas voluntariosas aunque asustadas ya que niegan la libertad que dicen buscar, pero que sueñan fuerte.

Y déjame que te cuente que las máscaras no solo representan la acertada escapatoria, la denostada por temida, sobre todo en la edad "des jeunes filles en fleur", realidad. No.

También son los instrumentos del juego que con sus falsos reflejos nos protejen del tedio, de la morosidad de la vida. Porque es mucho más interesante el negro y el oro, el ribete plateado que orla la máscara con la que nos burlamos, una vez más, de las grises realidades que el Otro quisiera imponernos.

Y yo recuerdo una mujercita fragante, en un día soleado, nada gótico, en los aldaños de su escuela en mi segunda última vez que te vi.

Deja que entre el sol por los resquicios de la careta, pues cuando la deposites, ya calmada, en su caja de terciopelo, tus mejillas lucirán frescas para los besos que mereces.

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